En esta última lectura,
solo me he podido declarar: UN CRISTIANO FRACASADO.
¿Cuánto les admiro? A Pedro, a Lucas, a Esteban, a Felipe, a Pablo. ¿Cuánto les admiro? Sin una biblioteca, sin un instituto, sin cursos, solo con las escrituras antiguas y la experiencia de ser testigos de Jesús. ¿Cuánto les admiro?
Mi conocimiento o experiencia
no me ha alcanzado para llegar a ser como se dijo de ellos “unos trastornadores
del mundo”, cuanto revuelo, cuanto sufrimiento por hablar y cuanta valentía. Al
recordar la oración de los creyentes “…Señor,
escucha sus amenazas y danos a nosotros, tus siervos, mucho valor al predicar
tu palabra. Extiende tu mano de poder sanar; que se hagan señales milagrosas y
maravillas por medio del nombre de tu santo siervo Jesús”. (Hechos 4:28)
¿Me falta valor? ¿Me
falta poder? Para ver tus milagros y señales, Señor.
¿Qué te ha pasado
iglesia? ¿Qué te ha pasado cristiano? ¿Qué te ha pasado seguidor de Cristo? ¿Qué
me ha pasado? ¿Qué fe sigo? ¿Qué doctrina sigo? ¿A quién sigo?
¿No has significado
para mí, lo que significaste para los apóstoles, Jesús? ¿No he experimentado lo
que ellos han experimentado que los llevo a no parar y dar su vida por la Verdad?
Al leer el libro de los
Hechos me siento un cristiano fracasado, ¡Que dolor! Y oro “…Señor, dame mucho valor, dame valentía, extiende tu mano de poder”.
Y mientras medito en eso, escudriño la palabra, recuerdo a las oraciones de
Pablo:
Dios
[Ayúdame] a vivir una vida digna de tu llamado. [Dame] el poder para llevar a
cabo todas las cosas buenas que la fe me mueve a hacer. (2
tesalonicenses 1:11)*
[Señor]
dame muchas oportunidades para hablar de tu misterioso plan… que pueda
proclamar ese mensaje con la claridad que debo hacerlo (Colosenses
4:3-4)*
Dios
dame las palabras adecuadas para poder explicar con valor tu misterioso plan…
que yo sigla hablando de Ti con la valentía que debo hacerlo” (Efesios
6:19-20)*
Dios
fortaléceme y perfeccióname, dame la plena confianza de que estoy cumpliendo
toda tu voluntad, Dios. (Colosenses 4:12)*
Hombres y mujeres como
yo, imperfectos, con sus propias luchas y lidiando los desafíos del entorno de
ese entonces. ¿Qué me hace diferentes a ellos?
La
dependencia en Jesús, entender que es a través de Su poder y no en mis fuerzas.
La
constancia, para permanecer en Su palabra, para seguir las prácticas básicas:
el ayuno, la oración, la lectura de la palabra.
La
fe, para creer como se remarca en el libro de los Hechos que hay un mañana, un
futuro, un día en que “Él vendrá” en que como la primera vez y como siempre “su
palabra se cumplirá”.
En medio de mi desconsuelo
recuerdo Su palabra, vigente aún: “Sucederá
que en los últimos días —dice Dios—, derramaré mi Espíritu sobre todo el
género humano. Los hijos y las hijas de ustedes profetizarán, tendrán
visiones los jóvenes y sueños los ancianos. En esos días
derramaré mi Espíritu aun sobre mis siervos y mis siervas, y
profetizarán.” (Hechos 2:17-18) (Joel 2:28-32)
Así que espero la
manifestación de los hijos de Dios, como
lo dice: “Pero queda la firme esperanza de que la creación misma ha de ser liberada de la corrupción
que la esclaviza, para así alcanzar la
gloriosa libertad de los hijos de Dios. Sabemos
que toda la creación todavía gime a una, como si tuviera dolores de parto. Y no solo ella, sino
también nosotros mismos, que tenemos las primicias del Espíritu, gemimos
interiormente, mientras aguardamos nuestra adopción como hijos, es decir,
la redención de nuestro cuerpo. Porque en esa
esperanza fuimos salvados…” (Romanos 8:20-24)
Y creo, creo que pronto será, es
un plan perfecto, pronto se cumplirá, su promesa cumplirá: “…Vengo
Pronto!... ¡Amén! ¡Ven, Señor Jesús!”
(Apocalipsis 20:20)
[ ] Palabras agregadas por la Autora
*Texto
parafraseado
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